lunes, 18 de febrero de 2008

La biblioteca de Alejandria

Un gato negro dormitaba bajo el olivo. Cuando entré en el jardin el animal abrió los ojos con desgana, me observó somnoliento y , consideró mi poca importancia para la integridad de su sueño, por lo que, volvió a acodar su cabeza enorme sobre las manos gordas y mullidas de pelo. En el jardin zumbaban muchos insectos. Miré a mi alrededor. Las casas en el bullicioso silencioso de aquella hora de siesta parecian rostros expectantes. Las ventanas eran ojos trás los cuales se asomaba una curiosidad desconocida. Había algo espeso en el ambiente de aquella tarde de verano, y no era solo el calor. Busqué el número 15. Sobre cada puerta de idéntica madera había un número de idéntico material y color. Hierro colado en negro mate. Llamé al timbre pero no funcionaba. Golpeé la puerta con los nudillos. Dentro algo impreciso se movió porque hizo un ruido vago, de arañazos en el aire. Los chasquidos de una llave volteando al otro lado me pusieron nervioso. Miré la hoja: Yolanda Cremona Martín. La misma Yolanda me abrió la puerta.
-Buenas tardes.
-Buenas, dígame.
-Vengo de la Biblioteca de Alejandria. Le traigo su pedido.
La mujer que parecía recien arrancada de un profundo sueño me miró con los ojos somnolientos del gato desganado.
-¿Donde está Ismael?
-Ismael?...
-Sí, el señor mayor que siempre me trae los pedidos.
-Ahhh...sí, está enfermo. Me ocupo de sus pedidos hasta que se incorpore al trabajo.
-¿Es grave?
La miré sorprendido. Realmente había interés en su expresión de pómulos altos y ojos grandes.
-Ohh...creo que no. Pero si lo desea puedo enterarme.
La mujer me miró fijamente.
-Si, por favor. Hágalo.
Sonreí interiormente mientras sacaba su pedido de mi cartera. Iris murdoch: "El mar". Buen gusto literario, pensé. La observé con más detenimiento mientras firmaba la hoja de entrega. Llevaba un albornoz blanco sobre un pijama de algodón a cuadritos. Su pelo castaño brillaba bajo la luz del dia pero no estaba mojado. Aunque rondaba los cuarenta años Yolanda era una mujer atractiva de pómulos altos, ojos grandes y marrones. Los labios sin ser gruesos invitaban al beso y la comida. Llevaba unas gafas pequeñitas de lectura, montadas sobre el puente de la nariz, casi invisibles. Olí en el aire un aroma suave a naranjas.
-¿Le gusta Iris Murdoch?-Se lo pregunté porque empezó a gustarme nada más mirar sobre sus hombros y ver al fondo de la habitación una mesa con cuadernos, bolígrafos y libros.
-No lo sé-contestó muy lacónica. En ese momento me hubiera gustado entrar y echar un vistazo a las estanterias de libros que poblaban la habitación. Seguro que era escritora o periodista, o quizás profesora.
-¿No la ha leido antes?.
-No, este es el primer libro que cojo de ella. Ismael me la recomendó.
El corazón comenzó a latirme con fuerza. Mi imaginería comenzó a poblarse rápidamente de aventuras amorosas teñidas con la tinta literaria más exquisita.
-Buenas tardes-dijo ella y cerró la puerta de madera dejándome quieto, cortado ante el muro de madera que impedía el paso al olor a naranjas y, a otro olor tibio y desconocido que había empezado a invadir mi nariz. Me fui alejando paso a paso. Yolanda Cremona era una cliente prometedora. Su nombre me sonaba. Yo quería conocerla mejor no sabía muy bien porque. Estaba escribiendo un cuento y mi magín me llevaba a entregarselo a ella, lectora experimentada. Pero para eso se necesitaba más confianza, más relación social, más intercambio. Decidí enterarme sobre Ismael y así la próxima semana cuando viniera a retirar su nuevo pedido intentaria entablar algún tipo de conversación con ella. Era necesario. Pero antes necesitaba saber más de ella. Mucho más. Mucho más. Quien es, a que se dedica, con quien vive, cosas asi...El gato no me miró esta vez. Consideró que yo era demasiado poco como para desperdiciar sus fuerzas en mí. Miré atrás con la esperanza de ver moverse la cortina trás la ventana del número 15. Pero nada se movió. Pensé algo: cuando pase el olivo miraré atrás y si veo algún movimiento en esa ventana significará que le intereso algo. Volví a mirar atrás y no ví movimiento alguno. Aquello no me desanimó. ¿Porqué?. Yolanda aún no me conocía. Yo tampoco la conocia a ella. Pero eso iba a cambiar.